Foto : Matraca ediciones
El teniente Dehner y el sargento Whorf llevaban algo más de media hora explorando el bosque en donde apareciera el cuerpo desnudo y decapitado de la mujer.
Habían empezado por el lugar exacto donde le perro del cazador descubriera el cadáver, oculto entre unos arbustos. Desde allí, y ampliando poco a poco el radio del área a explorar, Stuart y Buck estaban rastreando palmo a palmo el terreno, con la ayuda de sendas linternas, porque era de noche.
Una noche por fortuna bastante clara, porque lucía una luna hermosa y las estrellas brillaban con fuerza en el cielo, proporcionando luz suficiente como para poder moverse por el bosque sin darse de bruces contra el tronco de algún árbol.
Para inspeccionar minuciosamente el suelo, sin embargo, eran necesarias las linternas, y los policías no habían dudado en recurrir a ellas.
De pronto, Buck Whorf desgranó una imprecación.
Stuart Dehner se detuvo y lo buscó con la mirada.
— ¿ Ha encontrado algo, sargento ?
— Sí, teniente.
— ¿ El qué ?
— Una cosa que huele muy mal.
— ¿ Se refiere a... ?
— Sí, teniente. Y casi le he puesto el pie encima.
Stuart no pudo contener la risa.
— Me alegro de que no la haya pisado, sargento.
— Teníamos que haber venido por la mañana, teniente. Explorar un bosque de noche...
— Hay que ganar tiempo, sargento. Además, hace una noche magnífica.
— Todo lo magnífica que usted quiera, teniente, pero si no llega a ser por la linterna, habría dejado impresa la huella de mi zapato en esa «ensaimada» — rezongó Whorf.
Dehner rió de nuevo.
— Quizá fue cosa del perro del cazador, sargento.
— Yo más me inclino a pensar que fue cosa del cazador.
— ¡ Es usted tremendo, Buck ! — continuó riendo Stuart.
Joseph Berna
El coleccionista de cabezas
Mi primera carcajada desaforada leyendo una novela de Joseph Berna...
¡ FELIZ CUMPLEAÑOS,
QUERIDO MAESTRO !
Y sigue deleitandonos todavía mucho tiempo con tus novelas.
¡ Un fuerte abrazo por parte de todos tus admiradores suizos !