Mostrando entradas con la etiqueta homenaje. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta homenaje. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de marzo de 2024

Adolf Quibus (1945 — 2023)


Hoy, el maestro Adolf Quibus, habría cumplido 78 años. Para celebrar esta fecha, os propongo, cortesía de Pepe Cueto, el director de Matraca Ediciones, su último editor, un breve relato policiaco.

Por Adolfo Quibus García

Estaba tras el sujeto, a pocos metros de distancia; no quería que se diera cuenta de que lo estaba siguiendo; hacía varios días que había conseguido su paradero y estaba casi seguro de que se trataba del asesino en serie que asolaba la ciudad desde hacía dos años. Dos años de duras pesquisas, de falsas pistas; era un psicópata muy listo, frío y calculador, así como un genio de la informática; pero ahora que había dado con él, no estaba dispuesto a dejarlo escapar.
Entró en aquella casa en ruinas. ¿Qué hacía un individuo como él en aquella casa? Era una pregunta que no estaba dispuesto a contestarme, ya que lo único que pretendía era darle caza. Mi obligación era pedir refuerzos y esperar, pero sabía que si esperaba a que llegasen los refuerzos, lo perdería para siempre, por lo que no dudé ni un solo instante y me fui a la casa. Me paré ante la puerta, saqué mi revólver y, sin pensármelo dos veces, entré. Estaba muy oscuro, debía ir con cuidado. Tropecé con algo, saqué mi linterna y vi que se trataba del cuerpo sin vida de una mujer. Un escalofrió recorrió mi espalda y un sudor frío me perlaba la frente. Aquella casa parecía embrujada. Noté un movimiento frente a mí.
—¡Alto, policía, no se mueva!
—Ja,  ja, ja, ja, ja.
Una risa diabólica sonó como respuesta; después, un lobo salió de la nada. Tuve el tiempo justo de apartarme y disparar. La bala fue certera y el animal huyó malherido. Empezaba a tener miedo, miedo a lo desconocido. Sin embargo, sabía que aquel asesino estaba allí y yo iba a terminar con él…, si él no terminaba antes conmigo.
—No tienes escapatoria.
Nadie contestó, el silencio más absoluto inundó la tétrica estancia. Fui avanzando. El chirrido de una puerta me hizo girar bruscamente y un murciélago apareció sobre mi cabeza; pude apartarlo de un manotazo. Estaba desconcertado, aquello parecía la casa de los horrores, solo faltaba el conde Dracula para que aquello se transformase en una película de terror; pero no, aquello no era una película, sino la realidad.
—Entrégate, no tienes escapatoria.
Seguía el silencio. El chirriar de una puerta me indicó que estaba allí, que lo tenía al alcance de la mano. Seguí con paso firme dominando el miedo que sentía por primera vez en mi vida. 
—¿Dónde crees que vas, polizonte?
—A detenerte.
—¿Cómo se supone que vas a hacerlo?
—Déjate hacer y podrás comprobarlo.
—Aquí estoy.
Se mostró ante mí y, de repente, un halo intenso de luz lo iluminó. No podía creer lo que estaba viendo; un escalofrió me invadió por completo, se abalanzó sobre mí y recuerdo que disparé una y mil veces. Luego nada, después nadie.
—Despierta ya.
Abrí los ojos y vi a dos personas que estaban mirándome.
—¿Dónde estoy?
—En el mejor hospital de la ciudad… Tranquilo, lo peor ya ha pasado.
—Dejémosle descansar.
Se marcharon y me dejaron solo. Poco a poco fui recordando. Estaba persiguiendo al asesino en serie en una casa en ruinas, me había atacado un lobo y también un murciélago. No era posible, aquel ser diabólico debía estar muerto. Llamé al médico.
—¿Qué le pasa?
—¿Dónde me encontraron?
—En un viejo caserón.
—¿Está muerto el asesino?
—¿Qué asesino? Estaba usted solo, no sabemos lo que estaba haciendo allí, sus compañeros de Asuntos Internos ya vendrán a charlar con usted mañana, ahora descanse.
No podía ser, yo estaba seguro de que había disparado a aquel monstruoso ser. Tenía que haber muerto.
Pude escuchar algunas voces que hablaban bajito.
—Sufre alucinaciones.
—Estaba obsesionado con los últimos asesinatos, eso explicaría por qué se disparó a sí mismo, menos mal que llegamos a tiempo.

FIN

Todos los bolsilibros de Adolfo han sido reeditados con esmero y amor por Matraca Ediciones en la colección «Tocho y medio». Además, en el catálogo de la editorial podréis encontrar otras creaciones del maestro como novelas (algunas inéditas), una biografía y una obra teatral.

martes, 16 de enero de 2024

¡ Joseph Berna cambió mi vida !


Aunque lo puede parecer, no es ninguna exageración : por el placer de leer a Berna, del cual había descubierto la obra durante unas gratas vacaciones en Madrid, me hice socio de la ACHAB en 2017, empecé a coleccionar bolsilibros obsesivamente, escribí varios, entablé una correspondencia primero con el maestro, después con Adam Surray, hice un blog, trabé amistades con otros apasionados y otros autores, de España como de Latinoamérica, compré casi por completo lo publicado por Matraca ediciones (quizá por eso estoy aquí...), todo esto ¡ a los cuarenta años, viviendo en Suiza y sin nunca haber aprendido debidamente el castellano !
Sí, Joseph Berna cambió literalmente mi vida. Y la única vez que hablé con él al teléfono, gracias al amigo Andrés, tuve la confirmación de todo lo que ya sabía : José Luís era un verdadero caballero, amable, divertido... Una persona solar que, con su obra al estilo inimitable, prueba de su encomiable capacidad de superamiento, ha sabido ganar un lugar preferente en mi memoria como en mis estanterías.
¡ Gracias por todo, querido maestro y hasta siempre !

Stéphane Venanzi

lunes, 25 de diciembre de 2023

¿ Qué es un retapado ?


En apariencia es un producto nuevo, que acaba de comercializarse.



En realidad, se trata de un ejemplar sin vender de una vieja publicación al que se ha arrancado la cubierta, sustituyéndola por una nueva.



Esto hace que algo viejo parezca súbitamente nuevo (un poco como ocurre en Hollywood...) y que los coleccionistas se apresuran a comprar un ejemplar de algo que, un poco antes, no habrían querido, incluso regalado.


Esta entrada de mi blog (la número novecientos) está dedicada a mi padre, que compró este ejemplar y odiaba las fiestas navideñas.

jueves, 30 de abril de 2020

Luis Sepúlveda (1949 — 2020)


— Mira. Con todo el lío del muerto casi lo olvido. Te traje dos libros.
Al viejo se le encendieron los ojos.
— ¿ De amor ?
El dentista asintió.
Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía de lectura.
— ¿ Son tristes ? — preguntaba el viejo.
— Para llorar a mares — aseguraba el dentista.
— ¿ Con gentes que se aman de veras ?
— Como nadie ha amado jamás.
— ¿ Sufren mucho ?
— Casi no pude soportarlo — respondía el dentista.
Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas.
Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir.
Pensaba en que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir : «Deme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz». Lo tomarían por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón.
Al dentista le gustaban las negras, primero porque eran capaces de decir palabras que levantaban a un boxeador noqueado, y, segundo, porque no sudaban en la cama.
Una tarde, mientras retozaba con Josefina, una esmeraldeña de piel tersa como cuero de tambor, vio un lote de libros ordenados encima de la cómoda.
— ¿ Tú lees ? — preguntó.
— Sí. Pero despacito — contestó la mujer.
— ¿ Y cuáles son los libros que más te gustan ?
— Las novelas de amor — respondió Josefina, agregando los mismos gustos de Antonio José Bolívar.
A partir de aquella tarde Josefina alternó sus deberes de dama de compañía con los de crítico literario, y cada seis meses seleccionaba las dos novelas que, a su juicio, deparaban mayores sufrimientos, las mismas que más tarde Antonio José Bolívar Proaño leía en la soledad de su choza frente al río Nangaritza.

Luis Sepúlveda
Un viejo que leía novelas de amor