La tremenda bofetada chascó en la oscuridad con gran sonoridad, y derribó sentada a la doctora Cavendish, con gran revuelo de rubia cabellera. Enseguida el chino sacó una navaja de resorte, hizo salir la hoja, y, sosteniendo el arma con la mano derecha, se inclinó, asió a Rachel por la ropa del pecho, y tiró rudamente de ella, poniéndola en pie al tiempo que desgarraba la ropa.
— ¡ Escuche, yanqui, si usted no me... ! ¡ Auugggfff... !
La bofetada había sido tremenda, pero el rodillazo que recibió el chino en los testículos fue sencillamente escalofriante, provocándole no solo el bramido de dolor, sino un súbito encogimiento de todo el cuerpo, mientras retrocedía tambaleante.
Lou Carrigan
La belleza de la serpiente