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viernes, 16 de mayo de 2025

Un recuerdo al gran Joseph Berna en el día de su cumpleaños


Lisa Stander, de veintidós años de edad, cabello rojizo, suave y brillante, ojos pardos, pómulos altos, naricilla preciosa y boca grande y sensual, se detuvo frente a la puerta 22-C.
En su mitad superior, de cristal velado, permanecía colgado un rótulo que rezaba :
«Murphy and Osell Detectives Privados.»
 Lisa Stander, que vestía un bonito conjunto azul, calzaba zapatos de alto tacón, y llevaba un bolso de piel colgado del hombro, abrió la puerta y penetró en la oficina.
—Buenos días —saludó, con una suave sonrisa, a los dos hombres que se encontraban en ella.
Iban ambos en mangas de camisa, y el más alto de los dos, muy corpulento, de pelo rubio y cara simpática, que aparentaba unos treinta años de edad, se entretenía lanzando dardos contra la diana que colgaba de la pared.
El otro, delgado, pero de aspecto fuerte y enérgico, tenía el pelo oscuro y un rostro muy varonil y atractivo. Se hallaba sentado en un sillón, con los pies sobre la mesa escritorio, cruzados, y se distraía contemplando las fotografías de esculturales mujeres desnudas que traía el último número de la revista «Penthouse».
Lisa Stander le concedió unos veintisiete años.
Ninguno de los dos respondió a su saludo, pero la atractiva joven no se molestó, pues adivinaba que no era por falta de educación, sino porque ambos hombres habían quedado tan impresionados por la belleza de su rostro y la perfección de sus formas de mujer totalmente desarrollada, que no acertaban a reaccionar.
Tanto el rubio como el moreno la miraban fijamente, sin pestañear, como embobados.
El primero, que se había quedado con el brazo derecho en alto, a punto de lanzar un dardo, lo lanzó de una manera maquinal, sin mirar la diana.
Fue un error, porque el dardo partió totalmente falto de dirección y, en lugar de clavarse en la diana, se clavó en el trasero del gato que dormitaba sobre la silla que había junto a la ventana.
El pobre animal lanzó un largo y agudo maullido de dolor, al tiempo que brincaba de la silla, el pelaje tan erizado que ya no parecía un gato, sino un erizo de mar.
El angustioso chillido del pequeño felino domesticado devolvió a la realidad a Nick Murphy y Matt Osell, la pareja de detectives privados, quienes respingaron a dúo.
Lisa Stander dio un grito al ver saltar al infortunado gato, que fue a caer sobre la mesa, muy cerca del punto en donde descansaban los pies de Nick Murphy, el detective moreno.
—¡ Cuidado, Nick... ! —gritó Matt Osell, el causante del incidente.
Murphy bajó velozmente los pies de la mesa y saltó del sillón, alejándose del rabioso gato, en cuyo trasero seguía clavado el doloroso dardo.
La revista de señoras estupendas en cueros voló por los aires y, cuando cayó al suelo, quedó abierta de par en par, justo por la página central, en donde aparecía una explosiva rubia tumbada en un canapé, con las piernas tan separadas que parecía que esperaba el reconocimiento del ginecólogo.
El gato dio un par de brincos sobre la mesa, para ver si conseguía librarse del maldito dardo, pero como no fue así, lanzó un maullido de rabia y saltó de la mesa.
Lisa Stander emitió un chillido de terror, pues creyó que el gato iba a caer sobre ella, y por eso se protegió el rostro con los brazos.
El felino, en efecto, había saltado hacia la bella pelirroja, pero Nick Murphy evitó que el animal lastimara a la chica, arrojándose sobre ella al tiempo que gritaba :
—¡ Al suelo, preciosa !
Lisa Stander se vio derribada violentamente por el más joven de los detectives y quedó con las piernas en alto, totalmente al aire, pues la falda se le había subido hasta la cintura.
Nick Murphy y Matt Osell, aunque muy fugazmente, porque estaban más pendientes del enrabietado gato que de ninguna otra cosa, pudieron comprobar que la muchacha pelirroja poseía unas piernas que por sí solas eran capaces de volver loco a un hombre.
Largas.
Esbeltas.
Maravillosamente torneadas...
Unas piernas de cine, vamos.
El gato también era de cine, pero de cine de terror.
Brincaba.
Maullaba.
Mostraba sus peligrosos dientes. Sus afiladas uñas...
—¡ Al suelo, Matt ! —gritó Nick Murphy, cuando ya el enfurecido animal saltaba sobre el fornido rubio, buscándole la cara con sus garras.
Parecía querer vengarse de él, por lo del dardo en el culo.
Por fortuna. Matt Osell se dejó caer al suelo y el gato pasó por encima de su cabeza. Detrás del rubio Matt estaba la ventana.
Abierta.
Eso resultó fatal para el enloquecido gato, pues no pudo frenar su impulso y cruzó la ventana, cayendo a la calle.
Pobre gato...
Sí, porque la oficina de Murphy y Osell se hallaba instalada en el piso veintitrés.

Joseph Berna
Cazadores de fantasmas

lunes, 28 de noviembre de 2022

Trozos escogidos VI


El tipo de la cabeza pelada enseñó los colmillos y gruñó :
— ¡ Hasta aquí has llegado, Felton !
— Te equivocas, cara de melón — sonrió irónicamente Red Felton —. Pienso llegar más lejos todavía.
— ¡ No será entero !
— Todo de una pieza, pequeño. ¿ Quieres apostar algo ?
— ¡ Soy luchador de catch ! — reveló el calvo, sonriendo de forma macabra.
— Ya será menos…
— ¡ Te arrancaré de cuajo las quijadas y me haré con ellas unas castañuelas !
— Eres demasiado feo para hacerte pasar por Lucero Tena.

Joseph Berna
Misión en la isla del canguro

domingo, 16 de octubre de 2022

Trozos escogidos V


— Usted desea que la bese, Lucy.
— ¿ Quién se lo ha dicho ?
— Su corazón.
— Yo no le he oído decir ni pío.
— Le late con fuerza en el pecho.
— ¿ Dónde quiere que me lata, en el trasero ?

Joseph Berna
La bella y el vagabundo

miércoles, 17 de junio de 2020

Trozos escogidos IV


— Tenemos que arrastrarnos. Si levantas el cuerpo, los guardianes te descubrirán y darán la alarma. Y si eso sucede, ya no habrá manera de salir de aquí.
— Seré una culebra, señor Cassidy — prometió Karen.
— A culebrear, pues. En esa dirección.
Karen obedeció.
Brad se disponia a imitarla, cuando descubrió que la joven no llevaba nada debajo de su vestido de india. Y entre que el traje era corto, y que Karen levantaba ligeramente su joven y prieto trasero, para avanzar reptando, la exhibición era como para marear a cualquiera.
— Madre mia... — murmuró Brad.
Karen volvió un instante la cabeza.
— ¿ Lo hago bien, señor Cassidy...?
— ¿ Cómo ?
— ¿ Qué hace ahí parado...? — se extraño la joven.
Brad carraspeó.
— Se me había salido una bota — dijo, y empezó a arrastrarse también, pero como Karen iba delante, la involuntaria, pero descarada exhibición, continuó.
Brad no quería mirar, para no distraerse, pero era tan hermoso y tan tentador lo que Karen le mostraba sin darse cuenta, que...
Afortunadamente, salieron del poblado sin ser detectados por el resto de los centinelas indios.

***

Brad la besó apasionadamente.
Algunos segundos después, su mano derecha se deslizaba por la cadera de Karen, para acariciarle el muslo a través de la abertura lateral del vestido indio.
Lo estaba haciendo ya, cuando Karen separó su boca de la de él y dijo :
— Cuidado, señor Cassidy.
— ¿ Qué ocurre ?
— No llevo nada debajo.
— Ya lo sé.
— ¿ Qué lo sabe...?
— Lo averigüé cuando reptabas como una serpiente. Yo iba detrás, tú levantabas ligeramente el trasero a cada movimiento, y como tu traje es corto...
Karen se ruborizó.
— Se lo enseñé todo, ¿ eh ?
— Bueno, como era de noche, la verdad es que... — tosió Brad.
— Es usted un granuja, señor Cassidy. Dijo que se había quedado atrás porque se le había salido una bota.
— Algo tenía que decir, ¿ no ? — carraspeó Brad.
— Algo que decir... y mucho que ver.
— ¿ Me estás llamando mirón otra vez ?
— ¿ Por qué no me avisó ?
— El problema no tenía solución, Karen. No podías reptar con una mano en la grupa, apretándote el trajje para no enseñar nada.
— ¿ Y por qué no me adelantó usted ?
— Te protegía mejor yendo detrás. Así se cubre más eficazmente la retaguardia.
— Pero se da la circunstancia de que mi «retaguardia» estaba al descubierto. Y usted no hizo nada por cubrírmela.

Joseph Berna
El regreso de Tommy Ralston

viernes, 5 de junio de 2020

Trozos escogidos III


Una camarera de senos pomposos se le acercó. Caynd pidió un doble de escocés.
— Genuino — puntualizó.
— Le costará veinticinco escudos — advirtió la mujer.
— No le he preguntado el precio — contestó él, secamente.
La camerera se encogió de hombros.
— Los hay chiflados. Saben igual, tienen el mismo color, el mismo aroma..., pero el precio es cinco veces menor en el whisky sintetizado — murmuró.
— Usted ni siquiera tiene la amabilidad sintetizada — dijo Caynd, con desparpajo. Sacó una moneda de cincuenta escudos y la tiró con certera punteria al escote de la camarera —. Guárdate la vuelta, gruñona.


Glenn Parrish
Agencia de mercenarios

sábado, 16 de mayo de 2020

¡ Feliz cumpleaños al maestro Berna !


Foto : Matraca ediciones

El teniente Dehner y el sargento Whorf llevaban algo más de media hora explorando el bosque en donde apareciera el cuerpo desnudo y decapitado de la mujer.
Habían empezado por el lugar exacto donde le perro del cazador descubriera el cadáver, oculto entre unos arbustos. Desde allí, y ampliando poco a poco el radio del área a explorar, Stuart y Buck estaban rastreando palmo a palmo el terreno, con la ayuda de sendas linternas, porque era de noche.
Una noche por fortuna bastante clara, porque lucía una luna hermosa y las estrellas brillaban con fuerza en el cielo, proporcionando luz suficiente como para poder moverse por el bosque sin darse de bruces contra el tronco de algún árbol.
Para inspeccionar minuciosamente el suelo, sin embargo, eran necesarias las linternas, y los policías no habían dudado en recurrir a ellas.
De pronto, Buck Whorf desgranó una imprecación.
Stuart Dehner se detuvo y lo buscó con la mirada.
— ¿ Ha encontrado algo, sargento ?
— Sí, teniente.
— ¿ El qué ?
— Una cosa que huele muy mal.
— ¿ Se refiere a... ?
— Sí, teniente. Y casi le he puesto el pie encima.
Stuart no pudo contener la risa.
— Me alegro de que no la haya pisado, sargento.
— Teníamos que haber venido por la mañana, teniente. Explorar un bosque de noche...
— Hay que ganar tiempo, sargento. Además, hace una noche magnífica.
— Todo lo magnífica que usted quiera, teniente, pero si no llega a ser por la linterna, habría dejado impresa la huella de mi zapato en esa «ensaimada» — rezongó Whorf.
Dehner rió de nuevo.
— Quizá fue cosa del perro del cazador, sargento.
— Yo más me inclino a pensar que fue cosa del cazador.
— ¡ Es usted tremendo, Buck ! — continuó riendo Stuart.

Joseph Berna
El coleccionista de cabezas

Mi primera carcajada desaforada leyendo una novela de Joseph Berna...

¡ FELIZ CUMPLEAÑOS,
QUERIDO MAESTRO !

Y sigue deleitandonos todavía mucho tiempo con tus novelas.
¡ Un fuerte abrazo por parte de todos tus admiradores suizos !

viernes, 27 de marzo de 2020

Trozos escogidos II


Fue una noche desastrosa ; durmió mal, tuvo pesadillas coloreadas en rojo, esmeralda y negro. Tuvo la impresión de que visitaba profundas grutas que conducían al infierno, donde multitud de seres se retorcían de dolor. Eran seres repugnantes, medio corrompidos, como si hubieran abandonado sus tumbas después de pasar varios meses dentro de ellas.

Ralph Barby
Yo compré un castillo

miércoles, 25 de marzo de 2020

Trozos escogidos I


— No sigas, Milton — le interrumpió con decisión la joven —. Si tu mueres, ¿ para qué quiero seguir viviendo ?
— ¡ Magnifico gesto ! — comentó burlón Abramovitch —. Suficiente para salvar su vida si me sintiese un poco romántico y sentimental.
— ¿ La dejarás vivir ? — preguntó, esperanzado, Milton.
— No. El sentimentalismo es un lujo que no puedo permitirme. En una pelicula cualquiera de las que América exporta para adormecer al mundo, el «malo» suele tener un rasgo de nobleza deslumbrado por la belleza de la protagonista y se deja vencer para que los «buenos» se besen triunfales y felices en la última escena del «film». Pero aquí no estamos en Hollywood ; el «malo» no tiene corazón y los «buenos» morirán a sus manos.


Eddie Thorny
Sin esperanza