Kansas 1170
Al principio, la novela, una entre las primeras del autor, me pareció bastante clásica, tanto a nivel de la historia narrada (una venganza desarrollada tipo juego de pista, con la búsqueda de uno tras otro de los culpables) que del estilo del autor, aparentemente menos personal que en sus obras más tardías, en las cuales, como se sabe, podemos deleitarnos con esta peculiar manera que tenía Adam de hacer frases cortas tan contundentes como un directo en la mandíbula...
Huelga decir que mientras seguía leyendo, el bueno de Surray se encargó de convencerme que me equivocaba por entero y que, por cierto, yo no era tan listo como creía...
En efecto, a medida que avanza la narración, la básica caza del implacable vengador se matiza rápidamente para transformarse en apasionante investigación policíaca, con varios culpables potenciales, falsos indicios y lances imprevistos, hasta que el héroe descubre por fin al verdadero responsable de la fechoría.
Además, cada vez que el lector está a punto de intuir algo, como por ejemplo la identidad del real culpable, Adam no se hace el remolón, tratando de prolongar artificialmente el suspense, y lo suelta sin más, dando a entender que todavía tiene otras sorpresas en la manga, que por cierto va a sacar antes de que se acabe la novela... ¡ Y así es !
Otras cosas disfrutabilisimas son, por ejemplo, la ejecución de Basil Kendall, con estos detalles espeluznantes que prefiguran el salvajismo gore de las futuras narraciones terroríficas del autor, la imagen operística de esta joven con su blanco vestido de novia empapado en sangre, digno de «Lucia de Lammermoor», o este sorprendente capítulo ocho, que empieza como flashback y termina como flashforward, dándonos nueva prueba de las audacias narrativa que sólo se pueden encontrar en los bolsilibros...
Pero lo que me encantó más es que, contrariamente a lo que pasaba en «¡ Adiós, amigo !» (una novela estupenda, con un antepenúltimo capítulo de una negrura desgarradora, causando escalofrío, que se veía completamente estropeada por el obligado final feliz que seguía...), en «El último hombre», que sigue exactamente el mismo recorrido, no sólo la conclusión no arruine nada, sino que el autor logra, mezclando la emoción a su irónico sentido del humor, hacerla totalmente creíble y disfrutable, acabando así su obra con gran maestría.
Como siempre : ¡ muchísimas gracias al compañero Rualrevit por su inestimable ayuda !
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