LA LITERATURA MARAVILLOSA DE LOS NEGROS
Con interés creciente, desde mediados del siglo pasado, misioneros, funcionarios, exploradores y folkloristas (1), han recogido —de los basutos, cafres, zulues, bámbaras, hotentotes, herreros, sudaneses, senegaleses, malgachos, y otros pueblos y tribus— un material inmenso de leyendas heroicas, cosmogónicas y metafísicas, cuentos maravillosos y de brujas y genios, fábulas y apólogos. Estos sabios y exploradores, franceses, ingleses y alemanes, han podido comprobar que en el África ignota y misteriosa existe una literatura exuberante y llena de maravilla, especialmente en el África meridional, homogénea en sus grandes líneas y procedente de una mentalidad común al hombre.
En esa África desconocida existen tradiciones que no han sido todavía desnaturalizadas por completo; y en las regiones vírgenes conservan aún su pureza.
Esta literatura, oral en absoluto, florece desde tiempo inmemorial y ha adquirido, de generación
en generación, una riqueza y una amplitud enormes ya. Si exceptuamos una minoría de musulmanes instruidos y versados en la lengua árabe, no hay literatura escrita y, por tanto, que pueda competir.
El fondo de los relatos y la manera con que son tratados los mantienen al nivel de los cuentos populares indoeuropeos o semitas, con los cuales ofrecen manifiestas semejanzas.
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A la luz vacilante del fuego, junto al cual se prolongan las veladas, o bien bañados con la luz lechosa de una noche de luna, viejos cuentistas negros, verdaderos rapsodas, gustan de narrar sus cuentos. La penumbra añade su encanto de misterio a lo maravilloso o pintoresco de sus narraciones. Si la impresión se hace excesivamente angustiosa, un cuento cómico o fanfarrón o una fábula satírica disipan el terror que comienza a pesar sobre el auditorio.
Así son estos narradores y de ellos ese caudal inagotable; para sus leyendas gustan los rapsodas negros de la semioscuridad y evitan contarlas a la luz del sol.
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Para nuestra colección, deliberadamente hemos preferido las narraciones de las regiones negras, esas que podríamos llamar vírgenes, para así evitar consignar los cuentos demasiado parecidos con los ya muy conocidos europeos.
También los negros, queridos niños, tienen su Caperucita Roja, su Piel de Asno, su Graciosa y Percinet, sus Seis Compañeros, su Juan Valiente, etc., etc. Y aunque carecen de un Pulgarcito, tienen, en cambio, una serie de Negritos, que son también niños precoces.
Lo más notable es que, de esos cuentos llamados de Grimm o de Perrault, o de Madame d’Aulnoy, etc., que en realidad son de tipo universal la mayoría, también los negritos tienen numerosas variantes, como atestiguan folkloristas eruditos e imparciales, que han recorrido regiones tan distantes como el Congo y Madagascar, el Sudán y Angola, el Senegal y las regiones del Níger.
Todo ello demuestra lo que dejamos apuntado: la existencia de una semejanza de concepción dentro de la unidad humana. Pues estos cuentos, cuyo origen se remonta a las primitivas épocas de la Humanidad, son prueba fehaciente de que, desde entonces acá, no se ha hecho más que repetir lo que los primitivos concibieron.
Muchos volúmenes podrían reunirse de la Literatura Maravillosa de los Negros; y esperamos que esta muestra de ensayo sea del agrado de nuestros pequeños y solaz de quien sea el que los lea.
H.C. Granch
Tomado de «Cuentos populares africanos», Editorial Molino (1944)
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