miércoles, 17 de junio de 2020

Trozos escogidos IV


— Tenemos que arrastrarnos. Si levantas el cuerpo, los guardianes te descubrirán y darán la alarma. Y si eso sucede, ya no habrá manera de salir de aquí.
— Seré una culebra, señor Cassidy — prometió Karen.
— A culebrear, pues. En esa dirección.
Karen obedeció.
Brad se disponia a imitarla, cuando descubrió que la joven no llevaba nada debajo de su vestido de india. Y entre que el traje era corto, y que Karen levantaba ligeramente su joven y prieto trasero, para avanzar reptando, la exhibición era como para marear a cualquiera.
— Madre mia... — murmuró Brad.
Karen volvió un instante la cabeza.
— ¿ Lo hago bien, señor Cassidy...?
— ¿ Cómo ?
— ¿ Qué hace ahí parado...? — se extraño la joven.
Brad carraspeó.
— Se me había salido una bota — dijo, y empezó a arrastrarse también, pero como Karen iba delante, la involuntaria, pero descarada exhibición, continuó.
Brad no quería mirar, para no distraerse, pero era tan hermoso y tan tentador lo que Karen le mostraba sin darse cuenta, que...
Afortunadamente, salieron del poblado sin ser detectados por el resto de los centinelas indios.

***

Brad la besó apasionadamente.
Algunos segundos después, su mano derecha se deslizaba por la cadera de Karen, para acariciarle el muslo a través de la abertura lateral del vestido indio.
Lo estaba haciendo ya, cuando Karen separó su boca de la de él y dijo :
— Cuidado, señor Cassidy.
— ¿ Qué ocurre ?
— No llevo nada debajo.
— Ya lo sé.
— ¿ Qué lo sabe...?
— Lo averigüé cuando reptabas como una serpiente. Yo iba detrás, tú levantabas ligeramente el trasero a cada movimiento, y como tu traje es corto...
Karen se ruborizó.
— Se lo enseñé todo, ¿ eh ?
— Bueno, como era de noche, la verdad es que... — tosió Brad.
— Es usted un granuja, señor Cassidy. Dijo que se había quedado atrás porque se le había salido una bota.
— Algo tenía que decir, ¿ no ? — carraspeó Brad.
— Algo que decir... y mucho que ver.
— ¿ Me estás llamando mirón otra vez ?
— ¿ Por qué no me avisó ?
— El problema no tenía solución, Karen. No podías reptar con una mano en la grupa, apretándote el trajje para no enseñar nada.
— ¿ Y por qué no me adelantó usted ?
— Te protegía mejor yendo detrás. Así se cubre más eficazmente la retaguardia.
— Pero se da la circunstancia de que mi «retaguardia» estaba al descubierto. Y usted no hizo nada por cubrírmela.

Joseph Berna
El regreso de Tommy Ralston

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