Una camarera de senos pomposos se le acercó. Caynd pidió un doble de escocés.
— Genuino — puntualizó.
— Le costará veinticinco escudos — advirtió la mujer.
— No le he preguntado el precio — contestó él, secamente.
La camerera se encogió de hombros.
— Los hay chiflados. Saben igual, tienen el mismo color, el mismo aroma..., pero el precio es cinco veces menor en el whisky sintetizado — murmuró.
— Usted ni siquiera tiene la amabilidad sintetizada — dijo Caynd, con desparpajo. Sacó una moneda de cincuenta escudos y la tiró con certera punteria al escote de la camarera —. Guárdate la vuelta, gruñona.
Glenn Parrish
Agencia de mercenarios
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