domingo, 23 de noviembre de 2025

A. Revet Fosch : Perlas y sangre (primera parte)


Para leer más cómodamente esta novela, primero haz clic en la imagen seleccionada y después ábrela en una nueva ventana, así estará disponible en su tamaño original.







layos emergía ofreciéndome raros ejemplares ce caracoles marinos y conchas nacaradas hermosísimas, que yo guardaba en el bungalow, sin quererlas vender al codicioso Li Wong.
Las estrellas de mar, que sobre la arena formaban caprichosamente mosaicos azules, también provocaban mi entusiasmo. La verdad es que descubría yo en el mar un sinfín de bellezas jamás soñadas.
Para mí, el encanto de los maravillosos y extraños paisajes submarinos, no tiene igual. Envidiaba a los indígenas en su facilidad para sumergirse y por la resistencia para nadar por debajo, entre las algas y los peces. Pasábame horas contemplando las plantas marinas, las rocas, los peces, las fosforescencias y las madréporas, que destacaban hermosísimas, así como lucían también su galanura las bellas plumas de mar.
Gorgonios y esponjas fabulosas parecían mezcladas en la opalescente niebla acuática. Peces de vivos colores brillaban como joyas, entre una vegetación animada, flácida, de extraordinaria belleza. ¿Cómo describir el magnífico efecto cuando el sol arrancaba destellos fantásticos, de las masas de coral rojo vivísimo y el de las gorgonias polidigitadas, lujuriosamente ofrecidas? ¡Nunca es dado ver tanta belleza y gracia como en el fondo del mar! Nunca colores tan preciosos en vegetación tan espléndida, mágica!

***

El trasplante de ejemplares vivos de pólipos alcionarios a otras zonas desprovistas de ellos para fomentar la propagación de bancos coralinos, me reportó buenas ganancias. La pesca de coral a bordo de mi embarcación me llevó a practicarme con el oleaje y a conocer a los hombres que a su merced arriesgan de continuo la vida. Porque no es siempre dócil y fácil el mar. A menudo se enfurece y su aspecto es terrorífico, capaz de amedrentar al más osado. En mis correrías tuve la oportunidad de tratar y conocer a fondo aquella brava gente, extranjeros y malayos. Guardaré imborrable recuerdo de aquellos verdaderos lobos de mar, ariscos pero leales, temerarios pilotos y marineros intrépidos, apasionados, hábiles, astutos, conocedores del oficio, bregados en la dura lucha contra los elementos, con gra ves preocupaciones y desasosiegos, como son los ciclones, la copra mojada en las bodegas a punto de incendiarse, los escollos desconocidos y alguna que otra mala cabeza cargada de gin. La mayoría de ellos han tenido por cuna la propia goleta o el viejo lugre, y el océano les meció hasta que aprendieron la maniobra de aparejar con marejada fuerte. Marearon hasta puntos des conocidos, desafiaron pavorosas tormentas, incendios y hasta la cólera de los mismos hombres, y a bordo de sus vetustas cáscaras, rivalizaron con los vapores. Sufrieron y fueron testigos del mal que el mar es capaz de obrar en sus frecuentes borrascas. Y, no obstante, maldecían el peso de los años, aborrecían el jubileo y confiaban, estoica y orgullosamente, acabar sus días a bordo, satisfechos de que, al morir, en una breve y solemne ceremonia, ensacados y con veinte libras de plomo, fueran arrojados al fondo...
De la pesca del coral pasé a la de las perlas, desde que mis ojos se maravillaron a la vista de una de esas lágrimas de nácar arrancadas del interior de una concha.
Una tarde, uno de mis indígenas emergió enseñándonos tres madreperlas. Pocas veces encontrábamos conchas perlíferas, y abrimos aquéllas con enorme curiosidad; y en el manto de una de ellas apareció una magnífica perla que nos hizo soltar un grito unánime de admiración. Desde entonces proviene mi pasión por las perlas.
Quince días después del hallazgo, me enteré de que un amigo, Alberto Balot, francés, abría un negocio de pesca de perlas en la costa sur-occidental de Nueva Guinea, a quinientos kilómetros al este de Murauka, el punto civilizado más próximo.
Me decidí y embarqué con él.

II

Aquel rincón de mundo, apacible, soleado, florido y perfumado, paradisíaco, rico en colores, me atraía con placer. ¡Qué lugar para las meditaciones de un solitario! Separado de la aldea — Marua era el nombre de ésta — por una colina densamente poblada, ninguna mirada humana conseguía penetrar hasta él, a no ser que la persona pisara la misma playa, viniendo del este.
A él iba yo diariamente, bien por la mañana, temprano, o a la caída de la tarde, a bañarme. Distaba el lugar de mi bungalow apenas cuatrocientos metros, y cien más de las otras edificaciones; y podía creerse, una vez en él, que la civilización o sus migajas, como eran los hombres que habitaban en Marua, estaba a centenares de kilómetros lejos, por no decir totalmente ausente.
Había transcurrido una hora después que !a aurora se mostrara, y todavía parpadeaban las estrellas, y el cielo, por occidente, era gris, y ámbar el resto. Y pese a que la noche había sido fresca y algunas gotas de rocío llegaron atravesando el follaje superior, hasta el musgo y césped, entibiaba ya el aire una brisa caliente.
Realicé unos ejercicios gimnásticos, corrí por la playa y terminé de secarme con una toalla, dirigiéndome hacia las palmeras a buscar los pantalones. Tomaba yo a diario dos baños como mínimo; cuando el calor apretaba, lo que no era raro, el boy que tenía a mi servicio desde que llegara a Marua, un joven melanesio, ágil como una liebre, siempre que no se tratara de trabajar, de lengua suelta y mirada distraída, a la que, de todos modos, no se le escapaba nada, que había ganado en astucia al rozarse con gente blanca, me echaba por lo alto unos cubos de agua dulce, a falta de ducha, que no tenía. Pero siempre prefería el baño en la playa, y, a poder ser, en mi rincón predilecto, no tanto porque allí me encontrase solo, como por la circunstancia de ser aquel sitio un verdadero rincón del Edén.
Era el tal una reducida playa, en forma de herradura, circundada por la feraz vegetación, en cuyas arenas morían blandamente las olas después de destrozarse violentamente contra los ato-








































Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario