El cuchillo se hundió casi hasta el mango, luego comenzó a deslizarse hacia abajo, cortando sin esfuerzo la tierna carne. A medida que avanzaba, a lo largo de su afilada hoja corrían unas gotitas de sangre, de un carmín oscuro. Nada parecía poder detenerlo...
De repente, la punta metálica chocó contra el fondo del plato. Lina, en un sobresalto, se arrancó de la mórbida fascinación que ejercía sobre ella el sanguinolento trozo de asado que estaba cortando su madre y, a punto de vomitar, se dijo que era hora ya que se hiciera vegetariana.
Wellman Braud
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