George se tragó el último bocado sin apenas masticar. Luego limpió sus dedos manchados en su suéter. Al hacerlo, vio que no dejaba de engordar y que una barriguita flácida reemplazaba ahora su vientre liso y musculoso de deportista...
Disgustado, George eructó ruidosamente.
Un sabor ácido y desagradable como una mujer policía le llenó la boca.
A punto de devolver, el infeliz escupió varias veces en la nieve circundante.
— Tendría que dejar de comer carne grasa, suspiró, completamente abatido.
¿ Pero cómo hacerlo ? Allí donde estaba, en medio de la cordillera de los Andes, sólo podía alimentarse de lo que tenía... Y, por desgracia para él, entre todas las víctimas de la catástrofe aérea que les había visto estrellarse una semana antes, no había más que turistas americanos obesos, con cuerpos llenos de grasa y colesterol...
Reuben Reeves
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