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sábado, 4 de mayo de 2024

Otra vez yendo de Safari


Cuando me pidieron que escribiera unos prólogos para la reedición en dos volúmenes de la colección «Safari», no tenía prácticamente ninguna información sobre los autores que habían publicado en ella. Sus seudónimos no me sonaban y no estaban listados en los libros de referencia a los que tenía acceso, además, nunca había leído nada de ellos. Así que me puse manos a la obra, devorando las novelas y rastreando sitio de venta y catálogos en linea, en busca del más mínimo dato.
Resultó una empresa agotadora, que me pidió más de tres meses de trabajo (ya que estamos, aprovecho para agradecer otra vez la amabilidad del editor, Martin Dorado, que esperó con muchas paciencia que me dignara enviarle mis textos), pero a pesar del esfuerzo, seguía habiendo más preguntas que respuestas al final de la operación...


Un día, sin embargo, tras la publicación de los dos volúmenes recopilatorios por parte de Boombook Editores, fui contactado por Alberto Sánchez Chaves del blog La memoria del bolsilibro.
El amigo y colega había investigado por su propia cuenta sobre los misteriosos autores de esta efímera propuesta editorial y, además de confirmar algunos datos que ya había indicados en mis prólogos (como por ejemplo que Ángel Farto de Fonseca había escrito para Saturnino Calleja una colección llamada «As de Corazones»), me proporcionó los nombres reales (así como algunas informaciones biográficas) de cuatro de estos escritores.


Desgraciadamente, como podrán darse cuenta enseguida, para tres de los autores en cuestión, saber por fin sus verdaderas identidades no resulta de mucha utilidad, ya que no tuvieron una trayectoria realmente significativa en el mundillo de la novela popular. Por suerte, las cosas cambian con el último de ellos, ya que, en contra de lo que vaticinaba en mi primer prólogo, sí que escribió durante años y para dos de las más importantes editoriales de la época además, en concreto Bruguera y Rollán.
Pero, cada cosa a su tiempo.
Empecemos con el primero...


Antonio Cerrolaza Soto, así efectivamente se llamaba el hombre detrás del seudónimo Steve Norton, El autor que no necesita presentaciones.
Según me informó Alberto Sánchez Chaves (que quiero agradecer por haber consentido compartir sus datos conmigo), nació un nueve de julio de 1898, entró como funcionario de correos un doce de julio de 1921 en Madrid y se casó con una tal Concepción Clásico Mena.


Curriculum vitae lapidario al que solamente puedo añadir que, salvo que se trate de un caso de homonimia, además del puñado de novelas que cité en el segundo prólogo, también publicó, en 1946, la biografía (¿novelada?) «Spinola, un genovés en Flandes», en la colección «Milicia de España», de la editorial Gran Cap
itán.


F. Garlag era Fernando García Lago. Probó suerte como guionista de tebeos para las ediciones Maravillas (colaboró por lo menos en un número de la revista «Historias y aventuras») y Reguera (firmó varias adaptaciones para «La novela gráfica», como por ejemplo las de «Una mujer en la luna» o del «Señor de Halleborg») y publicó varios libros, entre los cuales:


«El colegio de San Nicólas»,


«Los héroes del poblado del Cuervo»,


«Margarita», «Aquel blanco valle» y


«Trance mortal» (éste último en la colección «Flor de lis», publicada también por las Ediciones Safari).


Robert Anderley, como confirma también la Biblioteca Nacional de Portugal, era en realidad Francisco Ortiz Valenzuela, un gran romántico al parecer, ya que, además de todo lo que enumeré en mi primer prólogo, publicó (por lo menos) unas treinta / cuarenta novelas de amor entre las colecciones


«Novelas Selectas» de Pueyo, «Azucena» y «Salomé» de Toray,


«Flor de lis» de Safari, «Tropicana» de Rollán y «Madreperla» de Bruguera. Sin olvidar cuatro obras más en la siempre curiosa colección  «Emperatriz».


Sobre esta colección, decir que fueron anunciados doce títulos, sin embargo, no he podido comprobar que fueron todos publicados. El número más alto del cual tengo constancia es el nueve: «El gran amor de Napoleón (Maria Walewska)», escrito por René de Saint-Cyr. Por cierto, detrás de este seudónimo se escondía Laura García Corella, escritora polifacética que destacó sobre todo en la literatura juvenil (suyas son las series «Los Jaguares» o «Los 5 en acción», por ejemplo), pero que tocó casi todos los géneros de la novela popular.


Para volver a la colección «Emperatriz», cabe señalar que Francisco Ortiz Valenzuela (sea con su verdadero nombre o con su seudónimo Robert W. Anderley) firmó más de la mitad de los ejemplares de los cuales tengo constancia (cinco en total de los nueve).


Y también que uno de sus compañeros de esfuerzo en esta colección era un tal J. Alarcón Benito. Lo que nos lleva naturalmente al último de los autores cuya verdadera identidad me ha desvelado Alberto...
En realidad, el dato se podía encontrar desde tiempo en el ensayo (no convertido, por cierto) de María del Carmen Camus: «El pseudónimo y la censura en la narrativa del Oeste». Y podría haberlo recordado mientras escribía mis prólogos, si mi memoria no hubiera decidido borrar todo rastro de este bodrio sin interés...


En cualquier caso, J. Greison, el autor de la saga de las «Tres centellas», también publicada por las Ediciones Safari y reeditada por Boombook Editores, y de la novela «Tokio» (número doce de la colección que nos ocupa actualmente), no era otro que Juan Alarcón Benito.


Un autor cuya carrera se ha extendido desde final de los años 1940 hasta por lo menos la mitad de los años 1990 y que publicó realmente de todo




(bio-hagiografías, cuentos, artículos, prólogos para obras clásicas, etc.),


pero sobre todo novelas popular bajo varios seudónimos, entre los cuales los más recordados quedan sin lugar a dudas Alar Benet y John A. Lakewood.


Si desean saber más sobre este autor, os recomiendo leer el artículo que le ha dedicado Alberto Sánchez Chaves: Investigando a Alar Benet y John A. Lakewood.


Ahora solo queda por descubrir la verdadera identidad de tres autores: Numa (a ver si se trata realmente de Robert Anderley / Francisco Ortiz Valenzuela, como supongo), Stuard / Stuart (que ni siquiera sabemos cómo debería escribirse correctamente su seudónimo) y Mac Forsite.


Quizá, otra vez, después de la publicación de este pequeño artículo, alguien, al proporcionarme nueva información, vendrá a arrojar algo de luz sobre los últimos autores todavía misteriosos de esta colección y me veré obligado a retomar esta investigación... Mientras, me relajaré leyendo algunos bolsilibros, que el estudio de la literatura popular, por muy divertido que pueda resultar, nunca valdrá la simple y sencilla fruición de una buena novela de a duro.
 
Stéphane Venanzi

lunes, 20 de febrero de 2023

¡La aventura continúa!


Prólogo para el segundo volumen de la reedición completa de la colección Safari (Boombook editores, 2022)

Este segundo volumen de la reedición completa de «Safari» empieza con una novela algo inusual, en una colección abiertamente dedica a la aventura. En efecto, aunque «Cuarto round» se desarrolla durante su mayor parte en Australia, tierra todavía sugestiva y misteriosa en los años cincuenta del siglo pasado, lo hace en un entorno estrictamente urbano. No aparecen aquí ni demonio de Tasmania, ni canguro que cazar (¡por suerte!)... Tampoco hay sabana o selva que recorrer con peligro de su vida... Y las sugestivas descripciones (qué sí hay) son las de los miserables arrabales y del sórdido puerto de Sídney, lugares tan semejantes a muchos otros alrededor del mundo llamado civilizado (y no solo en aquella época).


En «Cuarto round», bajo la pluma de Steve Norton (¿se acuerdan? El autor que no necesita presentaciones), la aventura resulta de hecho principalmente humana.
Con trasfondo deportivo, recurriendo al siempre llamativo mundillo del boxeo, Norton nos cuenta una conmovedora historia de amistad y rescate social, firmando una de las entregas que más me entusiasmó de toda la colección.
Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de su siguiente trabajo...


«Salto trágico», ambientada en un entorno circense (entorno que, una vez más, poco tiene de exótico), también se centra más en los personajes y sus emociones que en la aventura clásica de exploración en ambiente hostil, con una determinada meta que alcanzar (como es el caso por ejemplo en «El ídolo» de F. Garlag o en «Kenya» de Charles Towers). Pero, el verdadero problema no estriba aquí, sino que la narración se le escapó de las manos a Steve Norton, entre otras cosas, por falta de espacio. Además, la novela parece en un principio seguir los pasos de determinado personaje, antes de bifurcar y concentrarse en otro, para, de pronto, acabarse de manera demasiado precipitada. Tan abrupta que me vi obligado a releer otra vez las tres últimas páginas, antes de entender lo que el autor quería decir. Y una vez que lo entendí, bueno, me pareció bastante descabellado, la verdad...


Por suerte, en su tercera y última entrega para esta colección, «Cierre a blancas», si se exceptúa el final otra vez demasiado precipitado (y sin rastro de boda), el autor hace muestra de toda su pericia narrativa.
Primero, la novela empieza in medias res, con la fuga en tren del protagonista con su protegida.
Después, y mientras dicho protagonista, el americano Alexander Irwin, rememora los acontecimientos ocurridos hasta entonces, Norton inserta otro flashback, narrando las cacerías de un tal Karl von Kramer, con el cual Irwin se ha reunido... Esto da a la novela un ritmo constante, lleno de giros, que incita todavía más a voltear las páginas para saber sin demora lo que sucederá luego...
Sin embargo, lo más apreciable esta vez, es que el escritor, al contrario de lo que ocurría en sus dos novelas anteriores, juega la carta del exotismo al cien por ciento. Así, de una página a otra, nos lleva desde las orillas del Ganges hasta el fondo de la jungla o de las viejas calles de Benarés al bosque de Riwalpur, maravilloso jardín que, según nos dice, se extiende de la ciudad misma de Taka Dsong, en Bután, hasta perderse en las primeras estribaciones del Himalaya... ¡Lugares sugestivos, si los hay!
Pero, hasta París, de la manera en que la describe Norton, parece de repente una ciudad sumamente novelesca y agradable para vivir (nada que ver, en cualquier caso, con la tristona ciudad que conocemos hoy, repleta de polis y que huele a orina y a aceite rancio)...


Por todas estas razones, es muy lamentable que aparte de estas tres novelas en la colección «Safari», la carrera literaria de Steve Norton parece reducirse (por lo menos con este seudónimo) a dos títulos más en la colección «Hampa» (otra propuesta tan confidencial que, en la Biblioteca Nacional, además de no tener la colección completamente catalogada —algo bastante habitual, lamentablemente— ni siquiera son capaces de indicar de manera clara el nombre del editor, siendo éste una vez M. Ínigo —o Íñigo— Merelo y otra Ernesto Giménez).
Sí, parece, ya que no solo la mayoría de los listados de estas colecciones menos famosas son incompletos, sino que siempre se ha dicho (y yo también lo creía) que se desconocía por completo la verdadera identidad de los autores que habían escrito para las Ediciones Safari.


Sin embargo, rebuscando en la red, he descubierto hace poco que el difunto Jesús Cuadrado, destacado conocedor de los tebeos y de la literatura popular (a quien quisiera dedicar este prólogo, en agradecimiento por la forma desinteresada con la que aceptaba siempre compartir sus conocimientos), atribuía el seudónimo Steve Norton a un tal A. Cerrolaza Soto...
¿Cómo Jesús ha llegado a esta conclusión? No sabría responderos, aunque no dudo que se basará en una fuente segura.
De todos modos, y por desgracia, tampoco es que nos ayuda mucho conocer este dato, ya que, con esta firma, solo aparece otra novela, a saber el primer número de la colección «Gestas heroicas» de las Ediciones... Safari...
Así, en vez de proporcionarnos respuestas, esta revelación nos lleva en realidad a plantearnos aún más preguntas: ¿era esta la verdadera identidad del tal Steve Norton? ¿O A. Cerrolaza Soto era también un seudónimo?


Y después de estas seis novelas, ¿se camufló bajo otro alias más, que desconocemos, siguiendo así publicando, tal vez hasta el ocaso de los bolsilibros y en editoriales menos confidenciales? ¿O, después de probar suerte durante un par de años en el mundo de las letras, esta olla de grillos, por alguna razón prefirió —o se vio obligado, tal vez— a dedicarse a otros menesteres?
Como ya he dicho, hasta que un familiar aparezca para aclarar la cuestión, no podremos llegar a ninguna parte... Solo dejarnos llevar por la fantasía, pensando en por qué una carrera, que sea prometedora o no, a veces se interrumpe repentinamente o evoluciona de alguna manera que no esperábamos o que no nos gusta... y otras, no evoluciona para nada, siguiendo el mismo camino hasta el final...


Por cierto, ya que hablábamos antes de la colección «Hampa», visto el precio al que se ofrecen las pocas novelas de ésta que quedan todavía a la venta, me temo que será necesario, si queremos descubrirla un día sin tener que hipotecar el piso, que el amigo Martin Dorado nos prepare otra de sus tan preciosas reediciones...
Para volver a los autores españoles que colaboraron con las Ediciones Safari, en una u otra de sus tres colecciones dedicadas a la novela popular («Safari», «Tres centellas» y «Gestas heroicas»), el único que hizo realmente carrera, al menos conservando el seudónimo que había utilizado en aquella época, fue Antonino González Morales, mejor conocido como Anthony G. Murphy o, en su versión reducida, como A.G. Murphy.


Sin cambiar casi nunca de alias, cosa más bien rara, ya que las editoriales querían generalmente tener la exclusividad de los seudónimos empleados, Antonino colaboró con Rollán, Bruguera, Cies, Cid, Tesoro, Manhattan, Doncel, Mepora y, por supuesto, los inevitables chapuceros de Producciones Editoriales, firmando novelas inéditas por lo menos hasta la mitad de los años sesenta. Mientras que varias de sus obras serán reeditadas a lo largo de las siguientes décadas, tanto por las editoriales de origen como por los recortadores profesionales de Andina, la sucesora de Rollán.
Las pocas veces que Antonino utilizó un seudónimo diferente fue cuando colaboro con la editorial Torroba, en sus colecciones «Whisky» y «Desafío» (apareciendo dos veces como Alex Mor y una como Ambler Ketchum) y para firmar o novelas románticas (fue Ana María Luján para Rollán) o algunas policíacas supuestamente de mejor calidad literaria para Tesoro (en particular dentro de la colección «La novela negra») o para la argentina Acme (convirtiéndose en este caso en Inglis Carter).


Especifiqué unas líneas más arriba, que estaba hablando de los autores españoles que colaboraron con las Ediciones Safari. La razón es que, unos diez años antes, cuando la editorial todavía se llamaba Magerit (volveré a tocar el tema más adelante), parece que ya probó suerte con la novela popular, proponiendo dos colecciones distintas, concretamente las series «Fantástica» y «Policíaca». Dos colecciones bastante heterogéneas, la verdad, en las cuales eran traducidos, sin más, autores italianos, ingleses o franceses, apareciendo nombres tales como Torquato Padovani, R.A.J. Walling o Jean Petithuguenin.


Después de todas estas digresiones (que no vienen mucho a cuento, ya que Anthony G. Murphy solo colaboró en «Gestas heroicas»), volvamos ahora al tema principal de este prólogo...
Aparte de Steve Norton, en esta segunda y última mitad de la colección «Safari» participaron seis autores. Tres ya conocidos previamente (Anderley, F. Garlag y A. Farto de Fonseca) y tres nuevos del trinque (Charles Tower, Stuard —o Stuart, no estoy muy seguro de cómo se debería escribir su nombre, ya que no parecen dispuestos a ponerse de acuerdo entre ellos, tanto el portadista de «Himalaya», su única novela, como los tipógrafos de uno y otro volumen en los que se menciona a este autor— y Mac Forsite).


De los tres primeros, ya he dicho (en el volumen inicial de esta reedición) lo que sabía, que no era mucho. En cuanto a los tres nuevos, es aún peor. No hay rastro de ellos. Por lo menos, como ya lo especifiqué varias veces, con estos seudónimos. Solo Charles Towers, al parecer, tuvo una pequeña carrera. No mucho, de todos modos: un título, «Sangre en el Marne», en la colección «Gestas heroicas» de la misma editorial (cabe señalar, sin embargo, que nunca he podido completar el listado de dicha colección, así que podría reservarnos todavía algunas sorpresas), otro en la antes citada «Hampa» («Vida por vida») y, si se trata realmente del mismo autor (pero ¿por qué no debería serle, con el mismo seudónimo?), de un último, algunos años más tarde, en «Carro Blindado» de Ferma («Tanques en la arena», después reeditado también en «Combate», otra colección bélica de la misma editorial).


Si se trata realmente del mismo autor, en efecto, dado que, en el catálogo de la Biblioteca nacional, sin que sea posible saber por qué, «Tanques en la arena» es el único título de Charles Towers por el cual se indica el verdadero nombre del autor, y no solamente el seudónimo que fue utilizado para firmar la novela. Por esta razón, puede legítimamente existir una pequeña duda... Sin embargo, me parece todavía más dudoso que un mismo seudónimo sea empleado por dos escritores diferentes. Sobre todo cuando se trata de una traducción tan literal del nombre real del autor: Carlos Torres...


Para terminar, quisiera rectificar algunas imprecisiones que he podido leer respecto a las Ediciones Safari... Por supuesto, estas inexactitudes no son tan redhibitorias como poner a los Apaches en Carolina del Sur, pero, por amor a la verdad, es justo que sepan que al principio de la colección, ésta era publicada por las Ediciones Magerit. Y esto duró hasta el número ocho («Madagascar», de F. Garlag). Solo a partir de la siguiente novela («Narcóticos», de Anderley) cambió el nombre de la editorial en la contraportada. Sin embargo, ya en «Rebelión», de Numa (o sea el número siete), se anunciaba el primer gran concurso de... Ediciones Safari... Todo eso después que, al final de la cuarta («Traición», de F. Garlag), por un despiste, seguramente (...o por una premonición, tal vez), ya se había hecho referencia a dichas Ediciones Safari... ¡Qué lío! Lo peor es que tampoco la colección «Tres centellas» se libró de esta especie de amateurismo editorial, ya que entre los números cinco y siete de «Safari», fue anunciada como... «Tres centauros»...
Afortunadamente, estas pequeñas torpezas nunca perjudican el placer de la lectura, que se revela aún más grande en esta segunda parte de la colección.


De hecho, es bastante sorprendente que sea precisamente en el momento en que la propuesta ha tomado forma, con la llegada de nuevos y muy valiosos profesionales, capaces de escribir estupendas novelas como «Himalaya» por ejemplo, que «Safari» se interrumpe... Pero, en vez de quejarnos por lo que no pudo ser, alegrémonos simplemente de poder paladear, casi setenta años después, en una edición tan bella y amorosamente cuidada (además de económica), las doce historias aquí reunidas.
 
Stéphane Venanzi

miércoles, 15 de febrero de 2023

El suave aroma del exotismo


Prólogo para el primer volumen de la reedición completa de la colección Safari (Boombook editores, 2022)

El autor que no necesita presentaciones, así fanfarroneaba el texto publicitario publicado al final de «Marfil» (número 13 de la colección «Safari»), para anunciar el próximo volumen de la misma, firmado por un tal Steve Norton...
Steve ¿quién?
Norton, ¿no? como todo el mundo sabe...
¡Pues sí! por decirlo de alguna manera: una afirmación que tiene gracia, la de la publicidad, ya que casi setenta años después, pocos son los que se acuerden de este autor y todavía menos es lo que sabemos de él...


Y ¿Numa? ¿Anderley? ¿A. Farto? ¿J. Greison? o ¿F. Garlag?
A pesar de ser el indiscutible escritor, de superarse a sí mismo (¡con su primera novela publicada!) o de ser el aplaudido escritor, favorito del público, ¿quién se acuerda hoy en día de ellos?
Pero, sobre todo, ¿quién se escondía bajo estos múltiples seudónimos? ¿Y qué publicaron antes o después de su participación en la colección «Safari»?
Si la primera quedará ciertamente y para siempre una pregunta sin respuesta, en relación con la segunda, por suerte, tenemos algunos datos concretos, aunque sean pocos y más bien fragmentarios... ¿O debería precisar que, desgraciadamente, son doblemente fragmentarios? Ya que, en efecto, no solo la mayoría de los listados de estas colecciones semi-desconocidas no están completos, por lo que puedan aparecer en cada momento nuevos títulos de cualquiera, pero además, al no conocer el nombre real de estos autores, no podemos saber si publicaron posteriormente con seudónimos diferentes o, después de esta breve experiencia, se dedicaron a otro menester


(algo que sucedió a menudo en los años 1950, ver entre otros el caso de Robin Carol / Antonio Ferri Abellán, del cual ACHAB — Asociación Cultural Hispanoamericana Amigos del Bolsilibro — ha publicado, bajo la dirección de Pepe Cueto, la obra completa en un único volumen, titulado «Memoria del porvenir»). Así, quizás algún día descubriremos que bajo tal o cual seudónimo usado en la colección «Safari» se escondía al principio de su carrera aquel que más tarde sería una firma habitual de Bruguera o de otra gran editorial dedicada al bolsilibro, pero lo dudo mucho. En cualquier caso, aquí los datos que tenemos por el momento...


Al no ser un caso de homonimia, Anderley, como Robert W. Anderley, publicó sobre todo en las editoriales Dólar (media docena de novelas, por lo menos, en «CIA» y dos más en «Mia») y Toray (la mayoría de las veces en colecciones bélicas, aunque hubo igualmente algunos relatos policiacos) y, de manera más esporádica, en «Rodeo» de Cies, en «Metropolitan Police» de Mepora y, con una obra dedicada a María Estuardo, en la insólita colección «Emperatriz». Sin embargo, y a pesar de las apariencias, su obra no se revela muy abundante.


A. Farto publicó algunas novela del Oeste para Rollán, reeditada después por Andina, probablemente una policiaca, como Albert Farto, en «Interpol» de Dólar y participó, con (al menos) cuatro títulos, en la colección «As de corazones» de Saturnino Calleja.
J. Greison, aparte de una novela en la colección «Safari» y dos otras (al menos) en «Gestas heroicas» de la misma editorial, solo publicó la saga (ya reeditada por Boombook Editores) de las «Tres centellas».
F. Garlag, por lo que sé, fuera de Ediciones Safari, únicamente firmó dos biografías para la colección «Celebridades» de la Editorial Dólar, la primera consagrada a Edison y la segunda a la Infanta Isabel. Nada más.


¿En cuanto a Numa?
No aparece en ningún otro lugar, ni siquiera en las otras colecciones de las Ediciones Safari, lo cual, la verdad, no me sorprende en absoluto. Sí, porque tengo la íntima convicción que Numa y Anderley son uno y el mismo. El estilo de los dos escritores, la elección de las palabras, la construcción de la frase (siempre un tanto larga — como las mías) es demasiado similar para que pueda ser de otra manera. Pero, obviamente, nunca tendremos pruebas irrefutables de eso. A menos que un nieto aparezca de repente, reivindicando la figura de su abuelo, lo que sería de agradecer.


En un primer momento también, ya que Numa desaparece por completo de la segunda mitad de la colección, después de haber estado tan presente al principio de la misma, y como, a la vez, Anderley firma un único título de los 12 que descubriréis en el otro volumen de esta reedición integral, pensé que J. Greison era un seudónimo más del mismo escritor y que, ocupado en narrar la epopeya de las «Tres centellas», no tenía tiempo para continuar de colaborar en «Safari».


En realidad, me lo imaginé sobre todo por un detalle un tanto desconcertante. Pero, antes de decir cuál, quiero aclarar que, por cuestiones de correo, todavía no he tenido la oportunidad de leer la obra magna de Greison. Sin embargo, por los anuncios al final de cada volumen de la colección «Safari», sabía que uno de los tres elementos del centelleante trío se llamaba Wallace Guilfoyle. Un nombre raro, que nunca había visto antes en ningún bolsilibro... y que, de repente, encontré entre las páginas de «Rebelión» de Numa, uno de los alféreces de la Legión Francesa presente en esta novela llamándose Herbert Guilfoyle. Algo que, en seguida, me hizo imaginar cosas, por supuesto. Desgraciadamente para mí, después de haber leído «Tokio» de Greison, me siento de descartar por completo tal posibilidad. Los dos estilos no se parecen en nada, tampoco el modo de plantear la acción y, siento decirlo, sobre todo por sus probables inclinaciones políticas, que no coinciden con las mías, pero J. Greison me parece mucho mejor escritor que Numa / Anderley.


Y con esto, hemos brevemente revisado la trayectoria de todos los autores presentes en este primer volumen.
Hay que subrayar que los requisitos técnicos para la reedición de esta colección hacen las cosas bastante bien. En efecto, la primera etapa de la misma se revela totalmente dominada por dos escritores, que entre ellos firman (usando tres seudónimos) 11 de los 13 títulos publicados. Es así innegable que el conjunto posee una unidad temática y de tono que lo hace aún más disfrutable. Siempre que el género y los autores que lo ilustran os gusten, claro...


Hablando del género, puede parecer, en pleno siglo XXI, con todas estas polémicas relacionadas con las cuestiones del racismo o de la apropiación cultural que agitan el mundo occidental, puede parecer, decía, algo descabellado emplear tantos esfuerzos para reeditar una colección de los años 1950 que, desde su título, afirma su deseo de exotismo... Eso, aun teniendo en cuenta que semejante reedición se dirige casi exclusivamente a un público de nicho, compuesto por lectores nostálgicos y, sin duda, ya de una cierta edad... Sin embargo, a pesar de algunas imprecisiones (al fin y al cabo más divertidas que realmente redhibitorias — por ejemplo, parece que hay tigres en África) y otros «inevitables» patinazos racistas (sobre todo por parte de Garlag y Greison), estas 13 obras son mucho menos discutibles a todos los niveles que las novelas publicadas en la misma época en Francia, en Inglaterra o en Estados Unidos. Quizás porque los autores de esta colección, siendo españoles, no tenían que justificar de manera apenas disimulada la existencia de un cuestionable (por decirlo de forma suave) imperio colonial o intentar hacer del segregacionismo algo natural...
Pero, tampoco hay que imaginar quién sabe qué respecto a estos escritores.


Incluso para Numa / Anderley, tal vez el más interesante en su representación de los nativos, la cosa no va más allá del mero utilitarismo.
Así, de una novela a otra, dependiendo de la historia contada, los Africanos pueden ser tanto personajes atractivos e inteligentes, dotados de cierta personalidad, como sapos anónimos, cobardes, codiciosos y hasta lujuriosos (si aparece una joven y deseable mujer blanca — algo que, por cierto, nunca falta en este tipo de narración)...
Como se puede fácilmente comprobar, estamos muy lejos de un discurso antirracista articulado, incluso teniendo en cuenta las diferencias de sensibilidad que pueden existir entre la época de redacción de estas aventuras y la nuestra.
En cuanto a Garlag o Greison, cometen sobre todo el error, bastante habitual en la novela popular (en la ilusión, seguramente, de hacer el lector más partícipe de la acción), de mezclar los sentimientos de sus héroes con la narración, que debería mantenerse neutral.
Por eso, la natural enemistad manifestada en contra de los agresores se tiñe paulatinamente de racismo, dejándonos con un mal sabor de boca, simplemente por el hecho que dichos agresores son africanos o asiáticos y no se hace ninguna distinción entre su papel en la historia y su etnia de origen...
Y esto es una pena, ya que si Numa / Anderley sigue siendo relativamente clásico en su enfoque de la narración de aventuras exóticas (con relatos que se desarrollan de modo exclusivo en la jungla, por ejemplo), Garlag resulta más original.


En «Madagascar», por decir uno, mezcla géneros como las aventuras marítimas, el terror (con su lóbrego castillo ubicado en plena selva) y el whodunit, logrando un emocionante cóctel...
...Solo arruinado por su mala costumbre de jalonar su intriga de observaciones marcadamente de derecha o de hacer rezar o, por lo menos, invocar a Dios a sus personajes, tan pronto como les surge un problema...
Para concluir, me gustaría aclarar que, técnicamente, «Safari» no es propiamente dicho una colección de bolsilibros. Su formato es más reducido que los habituales 10,5 x 15 cm. Además, los primeros seis volúmenes tienen solo 80 páginas (que se convertirán en 96 a partir del séptimo y, excepcionalmente, en 104 para el número diez).
Sea como sea, en cuanto a la cantidad de palabras impresas, estamos muy lejos de un bolsi cualquiera, sobre todo teniendo en cuenta que en ese momento la mayoría de ellos tenían entre 128 y 160 páginas (como los de «FBI» de Rollán, la colección sin rival). Aquí oscilamos entre 9000 (para los primeros) y 12 000/ 13 000 palabras en promedio después (o sea, aún menos que el más corto Berna de los años 1980).


Por este motivo, es indudable que las historias resultan más breves en «Safari» que lo que es la norma, aunque, la verdad, no se nota demasiado a la lectura, ya que aquí los autores no abusan ni de diálogos de dudosa utilidad en cuanto a hacer avanzar la acción ni tampoco de los puntos y aparte.
En cualquier caso, estoy seguro de que cada historia contenida en este primer volumen, a su manera y a pesar de sus posibles defectos, sabrá cautivar a los lectores, como me cautivaron a mí... Y también que, una vez el libro acabado, los que lo compraron no podrán sino estar agradecidos al amigo Martin Dorado por haber reeditado esta colección de la cual se desprende, embriagador, el suave aroma del exotismo.
 
Stéphane Venanzi