Cuando me pidieron que escribiera unos prólogos para la reedición en dos volúmenes de la colección «Safari», no tenía prácticamente ninguna información sobre los autores que habían publicado en ella. Sus seudónimos no me sonaban y no estaban listados en los libros de referencia a los que tenía acceso, además, nunca había leído nada de ellos. Así que me puse manos a la obra, devorando las novelas y rastreando sitio de venta y catálogos en linea, en busca del más mínimo dato.
Resultó una empresa agotadora, que me pidió más de tres meses de trabajo (ya que estamos, aprovecho para agradecer otra vez la amabilidad del editor, Martin Dorado, que esperó con muchas paciencia que me dignara enviarle mis textos), pero a pesar del esfuerzo, seguía habiendo más preguntas que respuestas al final de la operación...
Resultó una empresa agotadora, que me pidió más de tres meses de trabajo (ya que estamos, aprovecho para agradecer otra vez la amabilidad del editor, Martin Dorado, que esperó con muchas paciencia que me dignara enviarle mis textos), pero a pesar del esfuerzo, seguía habiendo más preguntas que respuestas al final de la operación...
Un día, sin embargo, tras la publicación de los dos volúmenes recopilatorios por parte de Boombook Editores, fui contactado por Alberto Sánchez Chaves del blog La memoria del bolsilibro.
El amigo y colega había investigado por su propia cuenta sobre los misteriosos autores de esta efímera propuesta editorial y, además de confirmar algunos datos que ya había indicados en mis prólogos (como por ejemplo que Ángel Farto de Fonseca había escrito para Saturnino Calleja una colección llamada «As de Corazones»), me proporcionó los nombres reales (así como algunas informaciones biográficas) de cuatro de estos escritores.
Desgraciadamente, como podrán darse cuenta enseguida, para tres de los autores en cuestión, saber por fin sus verdaderas identidades no resulta de mucha utilidad, ya que no tuvieron una trayectoria realmente significativa en el mundillo de la novela popular. Por suerte, las cosas cambian con el último de ellos, ya que, en contra de lo que vaticinaba en mi primer prólogo, sí que escribió durante años y para dos de las más importantes editoriales de la época además, en concreto Bruguera y Rollán.
Pero, cada cosa a su tiempo.
Empecemos con el primero...
Antonio Cerrolaza Soto, así efectivamente se llamaba el hombre detrás del seudónimo Steve Norton, El autor que no necesita presentaciones.
Según me informó Alberto Sánchez Chaves (que quiero agradecer por haber consentido compartir sus datos conmigo), nació un nueve de julio de 1898, entró como funcionario de correos un doce de julio de 1921 en Madrid y se casó con una tal Concepción Clásico Mena.
Curriculum vitae lapidario al que solamente puedo añadir que, salvo que se trate de un caso de homonimia, además del puñado de novelas que cité en el segundo prólogo, también publicó, en 1946, la biografía (¿novelada?) «Spinola, un genovés en Flandes», en la colección «Milicia de España», de la editorial Gran Capitán.
F. Garlag era Fernando García Lago. Probó suerte como guionista de tebeos para las ediciones Maravillas (colaboró por lo menos en un número de la revista «Historias y aventuras») y Reguera (firmó varias adaptaciones para «La novela gráfica», como por ejemplo las de «Una mujer en la luna» o del «Señor de Halleborg») y publicó varios libros, entre los cuales:
«Los héroes del poblado del Cuervo»,
«Trance mortal» (éste último en la colección «Flor de lis», publicada también por las Ediciones Safari).
Robert Anderley, como confirma también la Biblioteca Nacional de Portugal, era en realidad Francisco Ortiz Valenzuela, un gran romántico al parecer, ya que, además de todo lo que enumeré en mi primer prólogo, publicó (por lo menos) unas treinta / cuarenta novelas de amor entre las colecciones
«Flor de lis» de Safari, «Tropicana» de Rollán y «Madreperla» de Bruguera. Sin olvidar cuatro obras más en la siempre curiosa colección «Emperatriz».
Sobre esta colección, decir que fueron anunciados doce títulos, sin embargo, no he podido comprobar que fueron todos publicados. El número más alto del cual tengo constancia es el nueve: «El gran amor de Napoleón (Maria Walewska)», escrito por René de Saint-Cyr. Por cierto, detrás de este seudónimo se escondía Laura García Corella, escritora polifacética que destacó sobre todo en la literatura juvenil (suyas son las series «Los Jaguares» o «Los 5 en acción», por ejemplo), pero que tocó casi todos los géneros de la novela popular.
Para volver a la colección «Emperatriz», cabe señalar que Francisco Ortiz Valenzuela (sea con su verdadero nombre o con su seudónimo Robert W. Anderley) firmó más de la mitad de los ejemplares de los cuales tengo constancia (cinco en total de los nueve).
Y también que uno de sus compañeros de esfuerzo en esta colección era un tal J. Alarcón Benito. Lo que nos lleva naturalmente al último de los autores cuya verdadera identidad me ha desvelado Alberto...
En realidad, el dato se podía encontrar desde tiempo en el ensayo (no convertido, por cierto) de María del Carmen Camus: «El pseudónimo y la censura en la narrativa del Oeste». Y podría haberlo recordado mientras escribía mis prólogos, si mi memoria no hubiera decidido borrar todo rastro de este bodrio sin interés...
En cualquier caso, J. Greison, el autor de la saga de las «Tres centellas», también publicada por las Ediciones Safari y reeditada por Boombook Editores, y de la novela «Tokio» (número doce de la colección que nos ocupa actualmente), no era otro que Juan Alarcón Benito.
Un autor cuya carrera se ha extendido desde final de los años 1940 hasta por lo menos la mitad de los años 1990 y que publicó realmente de todo
pero sobre todo novelas popular bajo varios seudónimos, entre los cuales los más recordados quedan sin lugar a dudas Alar Benet y John A. Lakewood.
Si desean saber más sobre este autor, os recomiendo leer el artículo que le ha dedicado Alberto Sánchez Chaves: Investigando a Alar Benet y John A. Lakewood.
Ahora solo queda por descubrir la verdadera identidad de tres autores: Numa (a ver si se trata realmente de Robert Anderley / Francisco Ortiz Valenzuela, como supongo), Stuard / Stuart (que ni siquiera sabemos cómo debería escribirse correctamente su seudónimo) y Mac Forsite.
Quizá, otra vez, después de la publicación de este pequeño artículo, alguien, al proporcionarme nueva información, vendrá a arrojar algo de luz sobre los últimos autores todavía misteriosos de esta colección y me veré obligado a retomar esta investigación... Mientras, me relajaré leyendo algunos bolsilibros, que el estudio de la literatura popular, por muy divertido que pueda resultar, nunca valdrá la simple y sencilla fruición de una buena novela de a duro.
Quizá, otra vez, después de la publicación de este pequeño artículo, alguien, al proporcionarme nueva información, vendrá a arrojar algo de luz sobre los últimos autores todavía misteriosos de esta colección y me veré obligado a retomar esta investigación... Mientras, me relajaré leyendo algunos bolsilibros, que el estudio de la literatura popular, por muy divertido que pueda resultar, nunca valdrá la simple y sencilla fruición de una buena novela de a duro.
Stéphane Venanzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario