José María Lliró Olivé por
Entrevista realizada, entre los meses de enero y octubre de 2019 y publicada por primera vez en el volumen «Burton Hare : A sangre y fuego» (Asociación Cultural Hispanoamericana Amigos del Bolsilibro — Mayo 2020).
La primera parte pinchando aquí.
—¿José María escribía más por la mañana o por la noche?
—El 90% era por la noche, solo escribía por el día cuando tenía que acabar alguna novela. El teclear de la máquina de escribir todas las noches era el sonido habitual en mi casa… (risas)
—Así que tenía el día libre... ¿Y qué hacía tu padre durante la jornada? ¿Tenía algún pasatiempo? ¿Una pasión?
—Generalmente por el día leía y tomaba apuntes para sus novelas y luego escribía por la noche. Podía hacer cualquier cosa, era un «manitas» y tan pronto te arreglaba cualquier cosa, como se ponía a pintar, o te construía lo que fuese. Hasta llegó a construir su propia casa, donde vivía en Les Fonts de Terrassa. Pero su gran pasión era la lectura.
—¿Después de convertirse en escritor profesional, tu padre seguía leyendo a sus colegas? He visto en su biblioteca, entre otros, un libro de Fred Dennis, perteneciente a una colección de la editorial Ferma en la que tu padre publicaba en la misma época...
—Sí, siempre leía a sus colegas u otros libros.
—¿Sabías que, por lo menos una vez, José María revendió a Bruguera la misma novela, ligeramente modificada, con otro título?
—Sí, claro. En ocasiones le pedían hasta tres novelas en una semana. Si no hacía eso era imposible escribir tres novelas en siete días (risas). Otras veces lo hacia cuando cambiaba de editorial.
—A veces, al leer sus novelas policíacas, tengo la impresión de seguir un reportaje de denuncia social. ¿Le interesaba mucho la actualidad?
—Sí, era un defensor de la justicia, valores que por supuesto me transmitió. Siempre leía todas las noticias, y desde que se metió en el mundo de la informática leía los periódicos de medio mundo cada día. Por suerte, siempre tuvo la cabeza perfecta, y hasta el último día de su vida estuvo leyendo.
—¿Te hablaba de lo que le molestaba? Tengo la impresión, como lector, pero quizás me equivoque, que odiaba la injusticia, que no podía soportarla... ¿Es cierto?
—Sí, como te digo la odiaba y se revelaba, ya fuera de derechas como de izquierdas como del centro. La injusticia como tal no la soportaba. Lo bueno de tener los conocimientos de todas las partes, era que te justificaba todo con datos, así que estaba claro el porqué despotricaba cuando algo era injusto.
—Cuando eras una niña o una adolescente, ¿sabías qué trabajo hacía tu padre? ¿Y qué significaba para ti que fuera escritor?
—Sí, perfectamente. Claro que lo sabía y para mi era todo un orgullo, ya te digo que el tecleado de la maquina de escribir eran las «nanas» nocturnas. Me encantaba. Cuando tenía ocasión, le acompañaba a la sede de Bruguera a entregar las novelas. Entre otras cosas porque sabía que así me regalaban los tebeos (risas).
—¿Alguna vez leíste sus novelas en ese momento? ¿Y hoy?
—Sí, sí que las leía en su momento, pero menos de las que debería. Hoy también leo, pero mucho menos de lo que debería. Tengo muy poco tiempo y cuando puedo leer siempre es algo relacionado con mi profesión. Es una pena pero me faltan muchísimas novelas suyas por leer. ¡Una de tantas cosas que tengo pendiente!
—¿Cómo te sentías al ver los libros de tu padre en los quioscos, cuando ibas a la escuela o caminabas por la calle?
—Como para mi era un orgullo me hacía ilusión. Pero también he de decirte que como era algo normal, verlas en los quioscos, tampoco era una cosa que me sorprendiera. Me hace mucha más ilusión ahora, cuando ocasionalmente veo alguna en alguna feria del libro antiguo o de segunda mano.
—¿Hablabas de los libros de tu padre con tus compañeros de clase? ¿Les dijiste quién se escondía detrás de los seudónimos de Burton Hare o Gordon Lumas? ¿Y cuál fue su reacción?
—Sí, claro, lo contaba siempre y lo recuerdo con naturalidad. A veces caras de sorpresa, pero ya te digo que eran temas habituales y normales para mí. Todos mis amigos sabían perfectamente a que se dedicaba mi padre y que firmaba con esos pseudónimos. Sorprendía más cuando, ya prácticamente, dejaron de verse las novelas en los quioscos; o incluso ahora, cuando se lo cuento a la gente.
—Frédéric Dard, un gran novelista francés, autor de las aventuras del comisario San-Antonio, con miles de ejemplares vendidos, redactaba a menudo los ensayos de su hija, pero, curiosamente, cada vez obtenía más malas notas (risas) ¿Ocurrió alguna vez, cuando todavía estabas en la escuela, que tu padre te ayudó a escribir algún trabajo?
—Sí, por desgracia, la habilidad en la escritura no la heredé (risas) y me ayudaba muchas veces a corregir o rectificar redacciones o lo que fuese. Te contaré una anécdota. Cuando estaba en COU, tenia una profesora del Opus Dei, yo que, por supuesto, no comulgo con esa ideología, en esa época rebelde, claramente se lo manifesté a la profesora. Craso error, porque me juró y perjuró que no me aprobaría jamás. Así pasó. Hablé con los directivos y me dieron la oportunidad de hacer una redacción, cuyo tema no recuerdo, y según como la escribiera, me aprobarían. Cuando se lo expliqué a mi padre me hizo un escrito que, recuerdo, era brutal, e incluso pensé que la profesora se daría cuenta que no podía haberlo escrito yo. ¡¡¡No tuvo más remedio que ponerme un «5» porque estaba bastante bien!!! Te aseguro que era imposible suspenderme de lo bueno que era el escrito. Le costó una ulcera gástrica a la pobre señora, pero no pudo más que ponerme un cinquillo (risas).
—¿A José María le habría gustado que fueras escritora? ¿Te animó alguna vez a serlo?
—¡No! Mi padre, como hombre muy inteligente que era, sabía perfectamente que hubiera sido una mala escritora, y como desde el principio siempre me decliné por la medicina, me apoyó en todo momento. Ni siquiera me dijo nunca que leyera una novela suya. Lo hacía porque yo quería, pero jamás me lo pidió.
—Si alguien que nunca leyó nada de tu padre quisiera descubrir sus escritos, ¿qué títulos le recomendarías para empezar?
—¡¡Aquí sí que me has cogido!! No sabría decirte… (risas).
—De eso no tienes por qué preocuparte; ACHAB ya lo hizo por ti (risas).